sábado, 6 de julio de 2013

El periodismo y una ética inmoral

Por Sergio Sinay.
A los 17 años vine de La Banda (Santiago del Estero) a Buenos Aires con una ilusión: convertirme en periodista. Una combinación de vocación con tesón y la presencia de personas que siempre tendrán un lugar en mi memoria y mi corazón por la oportunidad que me dieron (con don Julio Portas a la cabeza), me permitió cumplir el sueño y desarrollarlo a lo largo de varias décadas, con alegrías y tristezas, decepciones y esperanzas. He conocido en esta profesión seres extraordinarios, de los cuales aprendí mucho, y he convivido con personajes deleznables. Vi actitudes morales e inmorales en una tarea que requiere amor por la palabra, inquietud por explorar los fenómenos y los misterios humanos, capacidad de empatía, voracidad por la lectura, aptitud para escuchar receptivamente y coraje para argumentar y sostener los propios paradigmas sin pretender imponerlos como verdades absolutas. Hay quienes lo hacen y lo han hecho de este modo, honrando a esta bella y necesaria labor. Y hay quienes hicieron y hacen de ella el vertedero de sus vilezas y sus bajezas personales, especialmente en estos tiempos. A unos y a otros se los reconoce siempre, a algunos más pronto que a otros.

Tiempo de decadencia

Desde mi punto de vista, el periodismo está en decadencia desde hace un tiempo, debido a varias muchas razones. Enumero algunas. La agonía de la cultura del trabajo se ve también en esta profesión, donde las nuevas tecnologías ayudan a que los perezosos y negligentes prefieran remplazar la buena, profunda y laboriosa investigación por un surfeo en los buscadores de Internet. La desaparición progresiva de editores con alma de periodistas antes que de comerciantes oportunistas. La creencia de muchas personas de que con una computadora, con un blog y con facilidad para volcar sus resentimientos, sus opiniones ligeras de argumentos y anémicas de información basta para auto considerarse periodistas, sin haberse arriesgado a ninguna de las exigencias de la profesión, ni haberse templado en ellas. La creciente pereza intelectual que invade también a este oficio (como a la sociedad en general) y se refleja en abundancia de textos pobres, escritura lamentable y peligrosa y evidente ignorancia acerca de temas que se abordan. Esto en el periodismo escrito. En el audiovisual, abunda el mal trato a la palabra, la chabacanería, el mercantilismo rampante, el espíritu de estudiantina adolescente. Por supuesto con pocas y honrosas excepciones, también fáciles de detectar. Cito sólo estas causas de la decadencia. Hay más.

Deshonra del diario Muy

Lo que hizo el diario Muy al publicar las fotos del cadáver de Ángeles Rawson deshonra al periodismo. 
Lo que hizo el diario Muy al publicar las fotos del cadáver de Ángeles Rawson deshonra al periodismo hiere de muerte a sus fundamentos y su sentido, y es un acto de lesa inmoralidad. Lo pienso y lo siento como periodista. Me cuesta aceptar que esos tipos (los que tomaron la decisión) ejerzan la profesión que amé y amo y a la que soñé dedicarme desde pibe. Hablan de ética y no dudo de que la tengan. Si tuvieran, además, algo de conciencia y un mínimo de conocimiento o inquietud por saber y averiguar, sabrían que la moral se refiere a lo que se debe hacer, mientras la ética remite a lo a lo que se elige hacer. Tienen una ética, claro, como la tienen los ladrones, los corruptos, los estafadores. Son éticas sin moral.
En una época en que desde los círculos más altos y más bajos de un poder perverso y corrupto se cañonea al periodismo (como a la Justicia) buscando el silencio que permita borrar la huella de un latrocinio inédito, quienes tomaron esta decisión en Muy actuaron como enemigos de la profesión que dicen ejercer. Sin escrúpulos, mancillaron la memoria de quien ya había sido mancillada y asesinada. Bailaron desvergonzadamente sobre un cadáver y sobre el dolor de quienes se vieron brutalmente despojados de una amada hija, una amada hermana, una amada amiga. Deshonraron una memoria. Y también a una profesión. Sólo hubiera bastado con que se preguntaran cómo se habrían sentido ellos mismos si las publicadas hubiesen sido fotos de su hijas. Pero para ello se necesita un mínimo de empatía y de compasión. Y no les da ni para eso.

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